miércoles, 31 de agosto de 2011

El planeta de los simios (Re-Evolución)



Juan Pablo Cortés


La película original se estrenó en 1968, pero no puedo precisar la fecha en que la pasaron en la tele, en una de esas increíbles sesiones domingueras de cine permanencia voluntaria, a finales de los setenta o principios de los ochenta. Yo tendría 7 u 8 años...  Lo que sí recuerdo con precisión es que la vi envuelto en las sábanas de la cama de mis padres, y que al acabar la película no quise regresar a dormir a la mía, y creo que por una razón muy justa: El planeta de los simios (1968), de Franklin J. Shaffner, posee el final más desarmante de toda la historia del cine, y no es un simple juicio de gusto. ¿Qué otra imagen podría enunciar el fin de una civilización con tanto horror apocalíptico como la de la versión original? Y no digo más…  Pero por eso el inútil remake de 2001, con su torpe final, se cuenta entre lo más olvidable de la filmografía del gran Tim Burton.

Shaffner 

Burton

Sin embargo, en este 2011, viene una relectura que se desmarca olímpicamente de secuelas y remakes y que, acorde con los tiempos, parece hablar más de nosotros y nuestra incapacidad para alimentar nuevas inteligencias, que de la amenaza de otras especies por sobrepasarnos.

La historia de El planeta de los simios, Revolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011) de Rupert Wyatt, actualmente en cartelera, nos relata los experimentos que hace un joven científico en busca de una cura contra el Alzheimer, para lo cual se vale de la cercanía genética del humano con los chimpancés. Tras aparentes fracasos, pierde el apoyo del corporativo farmacéutico y se ve obligado a continuar sus experimentos en casa y sobre su padre, que padece el mal.  Al mismo tiempo, se hace cargo de una cría de chimpancé genéticamente modificado, al que bautizará como César y que desarrollará una inteligencia superior acompañada de un gran problema de identidad: no sabe cómo encajar en un mundo de humanos en tanto pertenece a una especie que vive en zoológicos y es amenazada en los bosques.



Tras sufrir el abandono, la prisión y la tortura, César entenderá que tiene que tomar las riendas de su destino y reclamar simplemente un hogar, aunque el camino para ello sea la violencia y la destrucción. ¿Por qué suena todo esto tan contemporáneo?

Ver a las hordas de primates tomar las calles y lugares públicos recuerda a lo acontecido hace unas semanas en Inglaterra. Y no quiero hacer comparaciones fáciles ni estoy buscando el chiste obvio… Sólo digo que en un momento tan cambiante como el que vivimos, en el que por todas partes surgen actos de protesta sin líderes claros, sin ideologías precisas ni tendencias (izquierda, derecha, socialismo, capitalismo, debates reservados al tercer mundo siempre rezagado), veo a muchos Césares reclamando una oportunidad de desarrollo personal, en principio sin violencia, utilizando el mensaje de “manifestémonos, concentrémonos” como virus a través de Internet, logrando derrocamientos (Egipto), encarcelamiento de banqueros (Islandia), cuestionamiento del sistema económico (España) o simplemente el caos como respuesta a un acto de racismo (Inglaterra). Pero toda esta efervescencia de indignación mundial tan emocional, por parte de una generación decepcionada que en principio busca reconocimiento y oportunidades, puede acabar fincando exclusiones al otro, al diferente, al emigrado, por sólo saber reclamar y no tener soluciones que plantear a los gobiernos; mientras tanto los gobiernos simplemente pueden curarse en salud responsabilizando a las minorías culturales y étnicas. La historia del fascismo se vuelve a repetir. Los simios saben ponerse de acuerdo; nosotros todavía no.



En una brillante secuencia de inteligencia política, César se alía con un gorila (la fuerza) y un mandril (la experiencia) para deponer al macho alfa y, contra lo que se esperaría, dan a los espectadores una sorprendente lección que, hoy por hoy, algunos gobernantes (o prospectos de gobernantes) no sabrían tomar.

El final de El planeta de los simios, Revolución promete una secuela, con todo y colección de figuras animadas. Y en cuanto a nosotros como especie, pues ya veremos cómo nos va… Las imágenes que hablan de nuestra debacle como civilización van a la par de aquel imborrable final con Charlton Heston en la playa, sólo que ahora ya no puedo esconderme bajo las sábanas de mis padres. 

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