martes, 1 de noviembre de 2011

El vacío como forma: Alberto Giacometti


Candor Chávez

No se necesita ver por demasiado tiempo la antediluviana cara de Giacometti para sentir el orgullo y determinación del artista de colocarse en el inicio del mundo.
Jean-Paul Sartre

Un pequeñísimo estudio en la rue Hippolyte-Maindron, en Francia, fue el lugar en el que trabajó el suizo Alberto Giacometti. Este espacio ya no existe y parece un hecho perfecto, mítico, como el lugar donde, se dice, Goya pintó su serie negra. André Bretón lo invitó a colaborar con el grupo surrealista y más tarde lo expulsó de éste por considerar que su obra se había movido por otra vertiente.
La editorial Síntesis publicó un libro sobre Giacometti que se titula Escritos, Alberto Giacometti (del cual tomo las citas que pueden leerse aquí), en el cual se tiene acceso al proceso cronológico del artista, entrevistas e ideas sueltas que fue teniendo en el camino. 

Giacometti retrata al ser humano fuera de puntos de apoyo, sin consuelo alguno, la idea de trascendencia se ha desvanecido en el caudal temporal al cual nos arroja. La presencia inquietante de fragilidad en sus esculturas es un recordatorio de la vida como evolución creadora, un pasaje que se transita y que tiene un final. La visión del artista se ha ligado frecuentemente al existencialismo, amigo de Jean-Paul Sartre, su método particular de trabajo reconcilia contradicciones, sólo puede construir destruyendo: “La infinita vanidad de todo. Y el misterio existe sobre todo, en todo. El hombre siempre ha expresado en el arte su concepción del mundo, más directa que la filosofía”.
La influencia del arte egipcio, africano y mesoamericano fue notable, puede verse en los bocetos con los que llenó sus libretas y en sus textos. Un poco por casualidad, Giacometti trabajaba de memoria en sus esculturas y en algún punto le aterró cómo las dimensiones iban reduciéndose. Más tarde se daría cuenta de que las esculturas que tanto le gustaban y que veía en los museos, para luego copiarlas, tenían ese mismo tamaño.

La monumentalidad de su trabajo es peculiar, Sartre diría que las piezas que creaba tenían su propia escala. La elaboración de bases gigantescas, desproporcionadas con respecto al busto que albergaban, es definitivamente una monumentalidad contenida, la miniaturización de un mundo que nos rebasa. Giacometti comenta que en algún punto le irritó la idea de concebir piezas sobre una base neutral, con este principio gestaría obras como El bosque (1950) que incorpora personajes de pie con un busto. 

Giacometti cuenta que en 1950 estaba trabajando en algunas esculturas, sin saber con certeza por dónde continuar, sin poder destruirlas, las dejó en el suelo, sin orden alguno y fue un descubrimiento seguirlas trabajando en esa misma disposición: “La composición con nueve figuras me parecía materializar la impresión experimentada el otoño anterior a la vista de un claro de bosque [...] que me atraía mucho. Hubiese querido pintarlo y hacer alguna cosa y me fui con la tristeza de perderlo”. Así surgió El claro (1950) que se conforma por un elemento horizontal de soporte y a su vez, cada figura vertical presenta su propia base. “Figuras de esta dimensión, a tamaño natural no más, nunca más, tal vez más grandes que el natural. Cabeza sobre todo, cabeza primero, figuras después. Diego, Annette, Caroline, otras esculturas, pinturas, dibujos. Retomar todo desde el principio, tal y como veo a los seres y las cosas, sobre todo los seres y sus cabezas, los ojos en el horizonte, la curva de los ojos, la línea divisoria de aguas. Ya no comprendo nada de la vida, ni de la muerte, ni de nada”.


Los retratos de Isaku Yanaihara
Un profesor japonés apellidado Yanaihara se encontró repentinamente atrapado en París por no poder hacer un vuelo, debido circunstancias políticas, lo cual  permitió al artista realizar una serie de pinturas, dibujos y esculturas. Algunos de los trabajos se trabajaron con el modelo en el taller y otros fueron de memoria, en sesiones que se repetirían años después. En entrevista, Yanaihara cuenta: “Tiene la manía de dibujar en el periódico que está leyendo con un bolígrafo. En ese momento, estaba dibujando mi rostro en el margen del periódico, y luego hizo una pequeña, pequeña figura, como un punto, en el margen del otro extremo del periódico”. El proceso es lento, Giacometti usa pinceles extremadamente finos, se queja de no tener espacio para añadir más líneas, de su poca habilidad, de que los colores no resultan. El modelo tiene que posar muchas horas seguidas, lo que había construido el día anterior es deshecho por la mañana. Con el único pincel grueso lanza trazos sueltos, y casi todo el trabajo se centra en la cabeza, el punto medular de la obra del artista. “Imposibilidad total de dibujar el movimiento a partir del natural. Inventar es un error, déjalo. Inmovilidad solamente, o gestos que permitan la ilusión de movimiento en una inmovilidad total”.

Yanaihara documentó el evento de 1956 por escrito y en fotografías, contando cómo las sesiones iban aumentando poco a poco en duración, dejando agotadas a ambos. Por momentos, la pintura quedaba tan cargada que formaba plastas, que luego eran escarbadas a la manera de la escultura. En el transcurso del trabajo, el modelo cuenta cómo el artista se sentía incómodo trabajando el retrato en close-up, por lo que fue alejándolo para modificar la vista. La mayor parte de esta serie es realizada en grises, tratando la figura a partir de líneas que remiten al dibujo. “Ya no sé quién soy, dónde estoy, ya no me veo, pienso que mi rostro debe ser percibido como una vaga masa blancuzca, débil, que se sostiene gracias a unos trapos informes que caen hasta el suelo”, dice el modelo.

Giacometti siempre sintió una cierta extrañeza respecto al mundo que le rodeaba, consideraba que aproximarse a una obra era una derrota anunciada. El trabajo de esculpir cualquier elemento de la cara de una persona le resultaba tan gratificante, que podía pasar años con el mismo modelo. El libro Escritos, Alberto Giacometti  se acerca al pensamiento del artista, incluso a su proceso, que también ha sido documentado por la fundación Alberto et Annette Giacometti, cuyo trabajo de restauración se ha apoyado a menudo en los propios diarios del artista y de su modelo Yanaihara, encontrando puntos de convergencia constatados a través de los rayos X.


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