lunes, 5 de diciembre de 2011

¿Me da un kilo y medio de libros? (Dos historias en la Feria del Libro)

Ainhoa Vásquez Mejías

Historia 1

–¿Cuánto cuesta este librito? –le pregunta despectivamente una señora rubia a mi hermana. A su lado, dos niñitos igualmente claritos toquetean con sus manos llenas de dulces uno a uno los libros del aparador.
– 20 mil pesos, señora –responde mi hermana (20 mil pesos chilenos que equivale aproximadamente a 400 pesos mexicanos).
– ¿Pero cómo? ¿Tan chiquitito y tan caro? –Mi hermana la mira fijamente, yo intuyo que ha encontrado un nuevo objeto de odio.
–No estamos en una verdulería, señora, acá los libros no se venden por kilo como los limones.

       Sin nada más que agregar la señora toma de las manos pegajosas a sus dos niñitos rubios y se aleja indignada del stand, no sin antes dejar el libro con rabia y mirar a mi hermana con todo el desprecio del que es capaz.

     Contexto: Feria Internacional del libro de Santiago 2011. Mi tía nos ha encargado a mi hermana Carmina y a mí que atendamos el stand de su editorial. Diecisiete días de trabajo extremo, de las 9 a las 22 horas. Estamos cansadas y aburridas de dar siempre la misma explicación. Los primeros días era distinto: “sí señora, es un libro chico pero es caro no por los gastos de impresión sino porque es un libro de teoría traído desde Europa. Ya en España, que es el lugar de origen, hicieron sólo 500 copias que ya de por sí son caras, luego, de esas 500 copias nosotros compramos cinco. Al precio original sume los gastos de importación más el 19% de IVA que tienen los libros en Chile. Además, piense en la exclusividad de llevarse un texto que sólo cuatro personas además de usted van a tener en todo el país. Todo esto justifica de alguna manera el precio del librito, ¿no cree?”. Por ser justos diremos que varios quedaban conformes con la explicación: “Es verdad, en Chile es tan caro leer. Estamos tan lejos de los lugares donde se produce la cultura que incluso deberíamos sentirnos honrados de que hasta este rincón del mundo lleguen este tipo de libros”; “en realidad nadie trae libros de teoría, he andado buscando algunos de René Girard, Slavoj Žižek, Ludwig Feuerbach o Niklas Luhmann en otros lados y es imposible. Nadie se atreve a traer editoriales como Trotta, Herder, Pre-Textos o Morata, justamente porque sale tan caro importarlas, y la gente en Chile lee y compra tan poco que da miedo hacer esa inversión cuando no se aseguran los resultados”; “menos mal que no está penada la fotocopia, así el más pudiente lo compra, los demás lo fotocopiamos y nos aseguramos un cierto fluir de la cultura”.

      
      La mayoría, sin embargo, insistía rabiosamente en su punto: “pero es un libro tan chico, eso tiene que influir de alguna manera, si hacer un librito de 60 páginas no debe costar tan caro”; “más encima la hoja es de roneo, por lo menos fuera papel de biblia”, “pero ¿cómo este libro de Hannah Arendt cuesta esto, si acá en el stand de al lado están vendiendo la biografía de Steve Jobs que está agotada en Europa y tiene tapa dura al mismo precio?, no como éste que tiene tapa blanda”. Y sí, al principio nos desgastábamos por hacer entender que la biografía de Steve Jobs de tapa dura iba a tener por lo menos tres reediciones más y que cada una de ellas iba a llegar sin problemas a Chile… ya los últimos días la respuesta se limitaba a “compre la biografía de Steve Jobs, entonces, en vez de preocuparse por el precio de un libro de Hannah Arendt”. Tal como señalaba mi hermana, hacer entender a la gente que los libros no son limones que se compren por kilo resultó mucho más agotador que las trece horas de trabajo ininterrumpido.


Historia 2

–Estoy buscando libros de Ludwig Wittgenstein –me pregunta tímidamente un señor como de cincuenta años, gordito, calvo, bajito. Se sonroja inmediatamente y me empieza a dar explicaciones. –Es un filósofo austriaco, no sé si tengan algo de él, acá en Chile es difícil de encontrar.
–Sí, no se preocupe, lo conozco –le respondo –tenemos varios títulos ¿busca alguno en especial?
Me sonríe ampliamente, noto que una felicidad extraña se ha apoderado de él.
–¿Me los puede mostrar, por favor?


       Lo llevo hacia la sección de filosofía. Hay más de diez textos de Wittgenstein que él admira con claro interés y expectación. Los saca uno a uno, los hojea con cuidado, creo que teme ensuciar o dañar aunque sea mínimamente los libros. Apenas los abre para revisar los capítulos, me hace un comentario sobre el olor de los libros nuevos. De pronto su cara se transforma, observo una mezcla de excitación y alegría al tomar uno de ellos.

 –Luz y sombra –me dice emocionado –lo he buscado por todo Chile.

       Aunque la metáfora queda corta por cliché, siento que el señor se ha transformado en un niño de cinco años frente a un regalo de navidad por el que ha esperado todo el año.

–¿Cuánto cuesta? –me pregunta nuevamente sonrojándose. Yo, con el mismo cuidado con que él ha tomado el libro, abro la primera página para ver su precio.
–15 mil pesos –le respondo.
Él deja el libro sobre el aparador, saca su billetera del bolsillo y comienza a contar su dinero.
–¿Me lo guardas un ratito? –me dice avergonzado –me voy a encontrar con mi esposa y vuelvo por él.
–Por supuesto –le respondo –Yo se lo guardo.

       Veo cómo se aleja lentamente del stand, de pronto se detiene como si hubiese recordado algo, toca el bolsillo trasero de su pantalón y saca un billete. Nuevamente la felicidad lo inunda, me mira con la misma expectación de hace un momento y corre hacia donde yo estoy.

      –Me acordé que tenía mil pesos más –me dice, casi gritando de la alegría.

     Es difícil explicarlo con claridad pero yo también me emociono con él.
–Lo he buscado por tantas partes y por fin lo encuentro, pensé que me faltaban mil pesos para comprarlo pero de pronto recordé que sí los tenía. No quería perder esta oportunidad, está tan barato –me explica sonriendo nuevamente.
–Pero me hubiera dicho que le faltaba un poco de dinero –le respondo, haciéndome parte de su alegría –yo tengo un 30% de descuento acá, así que se lo voy a comprar como si fuera para mí.
–¿De verdad haría eso? No quiero causarle problemas, además el libro ya está barato.
–¿Barato? ¡Pero si es un libro de 100 páginas! –le respondo en tono de burla. Broma que claramente no entiende porque de inmediato se invierten los papeles y él comienza a justificarse.
–Es barato porque es un libro difícil de encontrar, son textos inéditos de Wittgenstein y sólo están editados por editorial Pre-Textos. Si quisiera comprarlo en otro lado tendría que ir a España, al final el pasaje y el alojamiento me saldría más caro.
Soy yo ahora la que se sonroja, entonces tengo que comenzar a explicar mi pésimo chiste.
–Sí, lo sé, es que me ha pasado mucho que la gente asocia el tamaño del libro o el número de páginas al precio. Creen que por ser pequeño debiera ser más barato, de ahí mi ironía. Imagínese que incluso han comparado la biografía de Steve Jobs con un texto de Hannah Arendt por si la tapa es dura o blanda.
–Pero señorita  me responde con la misma timidez del comienzo –en Chile la gente no lee, ni teoría ni novelas, por eso no puede pedirles que sepan cuánto cuesta un libro. No se ofenda ni se enoje cuando le pase eso, piense que si logramos que alguien lea aunque sea una novela que le costó mil pesos o la biografía de Steve Jobs ya estamos ganando como país.

       Me quedé pensando hasta hoy en todo esto y terminé por arrepentirme de no haberle ofrecido también a la señora rubia ese 30% de descuento. Quizás hubiera sido lo mismo porque habría seguido encontrando demasiado caros los textos pero también cabe la posibilidad de que a la voz de “llévese el libro”, “baratito los libros”, “el medio kilo a mil” la güerita hubiera sucumbido. Después de todo, pocos se resisten a la palabra oferta y sumar un lector a Chile no tiene precio.

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