lunes, 5 de diciembre de 2011

VIOLENCIA Y POLÍTICA. América latina y el cuerpo victimizado I


Plinio Villagrán

La separación de América del Viejo mundo constituye algo que científicamente no se discute, al menos desde el punto de vista geográfico. Podría decirse que es una determinante que se dio por motivos geológicos; pero al abordar esa separación desde el punto de vista humano, lo que constituye su existencia a partir de la antropología y la historia, se suele ya entrar al debate y las conjeturas a partir de las formas de ver y de escribir esa historia tan llena de contradicciones y cuestionamientos.

       La descripción que hace Bernal Díaz del Castillo de Tenochtitlán a la llegada de los españoles en 1519 es uno de los episodios más inquietantes y determinantes para el inicio  de ese cultivo sangriento nacido de la transgresión y la amputación, pero a la vez, uno de los mestizajes más característicos y complejos que hasta hoy día siguen construyendo una multiplicidad cultural en un territorio tan vasto como América. Desde el punto de vista del colonialismo –concepto que será el punto de partida para este ensayo–, las particularidades de los sistemas sociales precolombinos estuvieron constituidos por rasgos no tan distintos a los de los pueblos de Europa, Asia u otra región, entiéndase esta relación o similitud por las características religiosas y políticas: mitos de creación, sacrificios rituales y constituciones sociales a partir de la guerra y el sometimiento de un grupo por parte de otro, etcétera.

       En este punto inicia el debate sobre si los pueblos conquistados y sometidos de América sucumbieron por el adelanto tecnológico[i] de los vencedores, o si fue una serie de eventos, capitulaciones y circunstancias del advenimiento de una razón inevitable. Aunque la discusión sobre este tema merece otro espacio, aquí lo tomo como principio para proponer una dialéctica sobre el cuerpo a partir de esa histografía y esa urdimbre que explica la actitud latinoamericana ante algo tan violento y matizado de claroscuros, sobre una etapa histórica que resuena hasta hoy día, que por alguna u otra razón no se ha superado del todo, a pesar de ser ya tan lejana.

  A partir del concepto “colonialismo” quiero llevar la reflexión del cuerpo en Latinoamérica, un cuerpo construido a partir de la victimización y la constante lucha por su condición postrada en la culpa, la crisis ante lo “desarrollado” y tecnológicamente apabullante. De hecho, el pensamiento del latinoamericano siempre ha estado relacionado con el otro que ostenta el poder, como un juego de necesidades y dependencias serviles.

   Pero lo “colonial” ha cambiado de matices, tanto geográficos como culturales. Al principio, ese poder colonial estaba relacionado con la culpa y ese corpus mítico que no era tan distinto del anterior, un cuerpo experimentado desde la fe, el castigo y el miedo como instrumentos psicológicos entendidos como procesos de sometimiento. La Iglesia enseñó a los indígenas a ser corderos indefensos y dependientes, para encerrar a la sociedad en la prisión de un infierno advertido y continuado en el arte, sobre todo en la escultura y la pintura, instrumentos manipuladores. Estas disciplinas fueron de alguna manera las primeras manifestaciones plásticas sobre la violencia corporal de transgresión (véase la pinturas  de Atotonilco, Guanajuato, por citar un ejemplo) de un sistema que no sería suprimido hasta en las primeras independencias y revoluciones de los siglos XIX y XX. Intentos y victorias que tenían que ver más con una idea de libertad desde el punto de vista económico y agrario, pero con una imperiosa necesidad de disolver las dinámicas de poder y las  desigualdades sociales existentes.


Atotonilco, Guanajuato

       Al arrastrar este embate, el arte latinoamericano siempre se ha valido de esos lastres y dependencias, de una victimización mezclada con la necesidad de desprenderse del sometimiento al mismo tiempo cómodo y contradictorio. Un ejemplo de ello, y el punto neurálgico de este ensayo, tiene que ver con el colonialismo actual de índole político y económico, con la relación norte-sur que ha sido ampliamente discutida y abordada. De allí han partido las propuestas de muchos de los artistas de la segunda mitad del siglo XX, cuyo antecedente tiene que ver con el neocolonialismo estadounidense y sus políticas de intromisión y sometimiento iniciados durante la Guerra fría, un fraccionamiento del cual surgieron otras problemáticas que hasta hoy día dibujan el panorama de Latinoamérica en su papel de subdesarrollada en otrora vencida, conquistada. ¿Una falange de verdad, de juego, de realidad? ¿Cuál es la actitud real de Latinoamérica como actor en un mundo que se divide en tecnológico industrializado y otro servil dependiente y pobre? En las diferencias está entonces esa constante batalla: lo bueno y lo malo, lo pobre y lo rico, el atraso y el adelanto, allí esta el constante debate. Y como dice Hélio Oiticica al referirse a Latinoamérica: De la adversidad vivimos.

       De estas circunstancias van a partir muchas de las propuestas de los artistas latinoamericanos que responderán a esas relaciones y disparidades iniciado por ese cuerpo victimizado y violentado del caudillo, del héroe mitificado como salvador: Bolívar, San Martín, Hidalgo, después E. Guevara, todos actualmente desvanecidos en los idealismos fracasados.

 Cildo Meireles

José Clemente Orozco 

José Clemente Orozco 
 Alfredo Jaar
Guillermo Gómez Peña


[i] Para entender del porqué la tecnología pudo haber sido el motivo principal de la conquista léase: Severo Martínez Peláez, La patria del criollo, Guatemala, Editorial Universitaria, USAC, 1970. 786 pp.

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