jueves, 3 de mayo de 2012

Vigilia Bit


DOS O TRES FRASES DE GOMBROWICZ ACERCA DE LOS POETAS

César Cortés Vega


Mientras comíamos, dije que me gustaba cierta poesía, no los poetas, y mis acompañantes asintieron más rápidamente de lo que imaginé. Yo, horas antes me había tirado sobre la polvosa acera de la Glorieta de Insurgentes, enfundado en un traje blanco, en una acción-registro que formaba parte de varias intervenciones en el espacio público relacionadas con la huelga general. Y eso no había tenido nada que ver con la poesía –o sí, levemente acaso– pues se trataba de un proyecto para un museo de arte contemporáneo en el que participaba con una pieza vinculada a la noción de pereza refinada que desarrolló el ex situacionista Raoul Vaneigem. Lo que sencillamente hacía aquella vez era tirarme a descansar en la acera mientras leía el ensayo del filósofo a gritos frente a una buena cantidad de transeúntes flemáticos, y uno que otro más o menos interesado. Sin embargo, uno de los asistentes –amigo querido y culto, aparte de un poco atolondrado– imaginó que lo que yo leía era un poema. Luego supuso que además me revolcaba –y no improducía trabajo– por lo cual bromeó entonces nombrándome un “poeta arrastrado”. Yo no hice otra cosa sino reírme, porque en realidad había algo de esa mala leche no obsequiosa que yo comparto frente a la idea de la poesía. Por supuesto el comentario pasaba por alto la ruptura de los campos, es decir, el espacio político que está en juego en el momento de realizar operaciones de disolución desde el campo vecino. La crítica implícita que se puede ejercer desde una estrategia de no veneración de las disciplinas. Sin embargo, es cierto: la figura del poeta se ha desvirtuado en muchos casos y el mero nombramiento convoca una serie de imaginaciones espectrales que pasan de la grandilocuencia a la ridiculez en cosa de segundos.

 El banquete. Witold Gombrowicz.

Por eso regreso ahora a ideas más elaboradas del escritor polaco Witold Gombrowicz. Particularmente a un fragmento de sus Diarios[i] llamado “Contra los poetas”. Gombrowicz, un escritor que gracias a su franqueza dista mucho de ser considerado tan sólo como un maldito de la literatura, poseía una desaprensión crítica incitada por sus primeros años de marginalidad, que le hacían no pactar con las ideas más comunes de acomodo y silenciamiento en las estratagemas relacionales para ganar prestigio literario. Sus textos son portadores de una sinceridad que a veces es cauce para la dureza crítica desde una declaración manifiesta de diletantismo. Maniobra perfecta para poder decir desde la voz del otro. Del que no se asume del todo dentro del espacio del campo. Acorde a esto, una de sus frases conocidas es, justamente: yo soy el self-made-man de la literatura.

 Witold Gombrowicz

En principio pareciera que Gombrowicz arremete en contra de los poetas como un juego. Nombra, si bien no superficialmente, al menos colando argumentos que parecerían provocados por una furia que apenas toma vuelo. Se parece mucho al berrinche de un adolescente –lo cual él mismo reconoce. Un balbuceante que, sin embargo, tiene la fuerza para sostener sus consideraciones. Es decir, de emprender el camino que se sabe de antemano lleno de fuego cruzado. Porque de inicio el autor incita a la confusión al declarar que, de hecho, cuando la poesía aparece mezclada con elementos más “crudos y prosaicos”, entonces él se estremece como todo ser humano. El momento de inflexión aparece cuando, en el intento de pureza del lenguaje, el poeta es artífice de una oficiosidad carente de sentido que apenas es perceptible, incluso, por los seguidores más fervientes:

Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.

Por supuesto Gombrowicz escribe esto en un momento en el que la poesía rimada todavía cuenta con la aprobación de las tendencias academicistas que, a la par, fundamentan muchos de los discursos de los estados centralistas. Por eso parecería relativamente fácil elaborar un argumento en contra de la construcción de sentido que se fija obsesivamente en cuadrar forma con contenido, en una época en la que el mundo requiere de nuevas maneras de plantear los problemas del lenguaje y su uso. Hay que apuntar que todo el contenido de los Diarios está hecho con notas que fueron publicadas en la revista francesa Kultura, dedicada a dar voz a los emigrados polacos en el mundo, en la cual Gombrowicz colaboró desde 1952 hasta 1969. Los primeros textos los escribió desde Buenos Aires, lugar en el cual vivió más de veinte años. Su tono, acorde con un estilo que se verifica en sus obras en prosa, privilegia un estado de indefinición, una condición inmadura que apuesta por la maleabilidad desde la cual es todavía posible espetar en contra de las conformaciones de poder paternalista sin el riesgo de formar parte de sus entramados.

Witold Gombrowicz

Si bien las peroratas vertidas en los Diarios pueden leerse como boutades, provocaciones salidas de tono –muy parecidas al llamado trolleo contemporáneo– eso no quiere decir que no sea posible sugerir lecturas complejas de un problema. Más allá de la revisión histórica, Gombrowicz da con una clave que no es del todo común en los discursos sobre el lenguaje poético, y que aún posee eficacia; el observar el campo de la literatura desde afuera:

… todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites está basado sobre un convenio de mutua discreción: cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondría en evidencia una realidad tan distinta de todo lo que nos imaginamos, y tan sarcástica, que nos sentiríamos sumamente molestos. El que deja por un momento las conversaciones del juego artístico, enseguida tropieza con un enorme montón de ficciones y falsificaciones, cual un escolástico escapado de los principios aristotélicos.


La fantasmagoría del artista se hace más evidente, en tanto su lenguaje se complejiza, se hace distante. Porque el poeta tampoco es capaz de trascender lo mundano, lo cual Gombrowicz nombra como la “forma natural”, que derivaría en la prosa. Según él, esta prosa es capaz de referirse más cabalmente a una condición en movimiento perpetuo que representa las contradicciones del hombre común, alejado de esteticismos poco comprensibles. El poeta puede muy bien estar condenado a repetirse en la depuración, pues restringe su rango de acción a los herederos de dicha manera de concebir el lenguaje: los mismos poetas. Relación endogámica que si bien avanza en línea recta hacia el perfeccionamiento y la depuración, aísla cada vez más al poeta de su entorno:

Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria -yo, con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.


Y es extraño que sea ahí donde el discurso de Gombrowicz se precariza, pues quizá buscando un acomodo dentro del campo literario, no puede –o no quiere– observar frente a sí el desarrollo argumentativo de una afirmación como tal: montañas de gloria, dice, desde lo cual podría hacer más preguntas e intentar responderlas. ¿De qué está hecha una cosa semejante? ¿Gloria frente a quién? ¿Frente a los mismos poetas? ¿Ahí acaba todo? Si tan sólo se tratara de una concepción de los poetas que genera discursos que legitiman el estado de cosas vigente o lo cuestionan, entonces se podría hacer público el señalamiento de una traición específica. Sin embargo, esta sensación de magnificencia estéril que él atribuye a los poetas, puede tener su punto de inflexión en la representación que se hace de todos los artistas en general, quienes, si bien renuncian en su búsqueda al mundo burgués, negocian privilegios y espacios con los poderosos en turno. Ese es el territorio de intersección del que habla Pierre Bourdieu entre poder económico y poder cultural.

Gombrowicz está colocando a la poesía, enfrentada veladamente a la prosa, según la conciencia de un contexto en el cual se podría prescindir de un lenguaje florido a favor de una democratización de la palabra. Sin embargo, si no lo dice, lo presiente: son muchos poetas pero no sólo ellos los legitimadores de una retórica especular que si bien puede verterse en la publicación de unos cientos de versos que redefinan por caminos distintos la relación entre significado y significante, también han prestado sus metáforas y su retórica en momentos específicos en la historia, con las cuales se pospone la realización del acto a cambio de su renombramiento múltiple y formal, que desarticula el presente en una espera extasiada.

 Octavio Paz y Carlos Salinas de Gortari

Por supuesto, Gombrowicz está dirigiendo su diatriba a un meticuloso formalista imaginario, y es muy probable que lo suyo, como en el caso de muchos de sus otros escritos, sea una performance radical, más que algo que tenga la intención de justificar con pelos y señales. Mucha de la poesía que se escribía en esa época, intentaba plantear nuevas soluciones a ese mismo problema de antaño. Y ninguna tenía que ver con la rima, idea que Gombrowicz de afana en despreciar. Nada nuevo tampoco para escritores surgidos de las vanguardias históricas. Y sin embargo lo que dice causa aún escozor, porque pone el dedo en la yaga: si el creador desatiende su relación con el contexto, puede muy bien cometer esos excesos que no sólo le ensalzan como una especie de divinidad mundana: cosa en realidad bastante superficial, si se le compara con la posibilidad de que, en esa apoteosis de la personalidad, ocupe un espacio al lado de discursos que aparentemente pretende negar. Es ahí en donde el polémico texto puede sugerir nuevas lecturas:

(…) téngase en cuenta que yo no aconsejo a nadie prescindir de la perfección ya alcanzada, sino que considero que esta perfección, este aristocrático hermetismo del arte deben ser compensados de algún modo y que, por ejemplo, cuanto más el artista es refinado, tanto más debe tomar en cuenta a los hombres menos refinados y cuanto más es idealista tanto más debe ser realista.




[i] Diario (1953-1969). Witold Gombrowicz, Seix Barral. Barcelona, 2005.

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