jueves, 17 de mayo de 2012

Popof


Discurso mal leído durante el mes de noviembre de 2010 en la premiación del Primer Catálogo Iberoamericano de Ilustración de Fundación SM durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

 

Se fuerza la máquina de noche y de día.
- Manu Chao
Welcome my son, welcome to the machine
- Roger Waters, Pink Floyd


La locura, el caos. Breves momentos de calma que pareciesen el prólogo de una escena apocalíptica. Norte y sur, este y oeste, no importa. Nuestro país tiene muchas cosas buenas, tiene grandes artistas, cultura, biodiversidad, recursos naturales, y sobre todo gente solidaria, trabajadora y con muchas ganas de salir adelante. Sin embargo, la violencia, que siempre ha existido, en la actualidad se ha desatado de forma exponencial y poco a poco comienza a desfilar frente a nosotros un gran circo, el gran carnaval de la muerte, y muchos de nosotros ni siquiera tenemos el interés de preguntarnos: ¿qué está pasando? ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Por qué la pasividad de tantos sectores de la sociedad?.

Está claro que el sistema bajo el cual vivimos no funciona. Por lo menos, no de la manera en la que está planteado. Estamos convencidos que el país tiene la capacidad de desarrollarse y adaptarse para generar un cambio sustancial, desde sus raíces. Sin embargo pareciera que en lugar de crear una estrategia inteligente y colectiva se pretendiera que cada quien tire la pared a cabezazos, break down the wall. La gran mayoría de la gente quiere vivir mejor, necesita un cambio, entonces ¿por qué no se consigue? Esta pregunta tiene alcances mucho más largos y que involucran a muchas personas, grupos y disciplinas que las que aquí podemos traer a cuenta, sin embargo creemos que es un problema en el que los artistas podemos poner empeño e inteligencia para contribuir a resolverlo, no sólo un granito de arena, sino poniendo a nuestro servicio todo lo que la vida nos brinda. Cruzar fronteras, y generar nuestros propios medios para conseguir un cambio.

Si los niños y jóvenes, a partir de la creatividad, la poesía, la literatura y la ilustración se familiarizan desde temprana edad con las necesidades urgentes que los mexicanos necesitamos poner sobre la mesa, lograremos eventualmente que esta generación tenga una consciencia más compleja y enriquecida que si sus únicos referentes son Bob esponja o Harry Potter. Sociedad, economía, discriminación, educación, centralismo, intolerancia y democracia, por ejemplo, son temas que se pueden plantear y enriquecer con creatividad y propuestas de conciliación. Imágenes y letras que nos permitan ver con claridad, y con creatividad, mediante enfoques nuevos, opciones distintas. Necesitamos crear nuestra propia identidad, y para que resulte significativa para las nuevas generaciones y para la propia, necesitamos crear puentes de diálogo y dejar de imitar modelos que no corresponden con nuestra mexicanidad. 

Hemos dado pasos al frente, ahora corramos por la enorme pradera.

Popof agradece a todas las personas que tuvieron que ver con esta oportunidad que nos brindaron de expresar un punto de vista. Éste lo queremos proponer como un tema abierto de discusión, no como un sistema cerrado en sí mismo; es sólo una semilla que puede desarrollarse con trabajo. La voluntad está puesta y los lápices afilados. A fuego. Muchas gracias.






28.3 gramos de suerte


Ana Fuente Montes de Oca


Heriberto despertó, como tantas otras veces, para descubrir que lo más emocionante de su día sería contemplar las figuras que se formaban en las rugosidades del techo si fijaba la mirada en un punto. Como siempre, habría permanecido en la cama de no ser por las dolorosas ganas de orinar que lo obligaban a levantarse todas las mañanas. La idea de mojar la cama había cruzado por su mente en más de una ocasión, pero se había contenido pensando en que una cama fría probablemente sería aun peor.

Ya de pie, descubrió que la gotera del baño había crecido junto con la enorme colonia de hongos negros que decoraban los bordes de los mosaicos partidos. Observó cuidadosamente su opaco reflejo en el vidrio estrellado del espejo. Se pasó la mano izquierda por la tupida barba mientras se rascaba los testículos con la derecha. La enormidad de su barriga le impedía ver las pocas cucarachas que seguían explorando la podredumbre del lavabo.

Se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador. Sacó un queso enmohecido y bebió la leche cuajada directamente del cartón. No pudo reconocer de dónde provenía el sabor acedo, así que engulló ambos simultáneamente.

Después de vestirse, se dirigió hacia la puerta. Agarró una botella de plástico que se encontraba ahí y empapó un pedacito de estopa en el aguarrás que contenía. Escondió la estopa bajo su manga izquierda y se guardó la botella en la bolsa trasera del pantalón, que cubrió con el saco viejo y polvoriento que se puso. Salió de su casa enfundado en sus habituales harapos y practicó entre dientes su repertorio de peroratas:

-Joven, damita, yo no quiero ser ladrón. Yo no quiero ser maleante, ni pasarme de cabrón… mi mujer está malita, no le sirve su riñón, le pido una ayudadita pa’ su humilde servidor… No quiero millones, no busco ser rico, pero no sean mamones, denme tantito… Yo soy bien honesto, nunca he sido ratero. Antes muerto, que andar de culero. Les pido dinero en este caso de urgencia, pa’ mi pobre vieja y su horrible dolencia.

Practicadas las rutinas, entró a la estación del metro. Hizo uno, dos, tres trasbordos, alejándose cada vez más de lugar de partida, convencido de que la gente había empezado a reconocerlo y por eso el día estaba siendo tan flojo. De pronto, parado en el andén, tratando de idear una nueva ruta, un fino reflejo llamó su atención.

Al recogerlo, descubrió que se trataba de una onza de plata. Inmediatamente trató de vender su hallazgo, pero sólo recibió lo habitual: los hombres se acercaron a sus mujeres, las madres le taparon los ojos a sus hijos y los ancianos simplemente lo miraron con asco. Cuando llegó al extremo del corredor, se asomó a ver si el tren estaba cerca y percibió las dos luces que anunciaban su pronta llegada. Como todos los días, pensó en saltar.
-Es hoy- se dijo. Con las puntas de los pies sobre el filo, inclinado hacia el vacío final, sostenía con fuerza la estopa en la mano izquierda y la moneda en la derecha. Inhaló potentemente y guardó el aire durante varios segundos, apretó los ojos, pero no pudo saltar. Un sonoro suspiro se le escapó mientras relajaba los músculos. Al dejar caer la moneda, pensó que la solución era ésa: alguien más decidiría por él.

-Águila, me quedo… Angelito, me tiro- pronunció en voz alta pensando erróneamente que a alguien le interesaría.

Escuchaba a lo lejos al tren aproximarse. El corazón le rebotaba entre las costillas, multiplicando exponencialmente el mareo que le nublaba la vista. ¿Angelito era qué? ¿Águila… cómo? ¿Sí es un angelito? A pesar de él, su mano temblorosa lanzó la moneda, ávida de respuestas, de decisiones, de contundencia. El rumor del metro se vio opacado por el sonido del metal que golpeó el concreto. La gente se acercó a la orilla peleando por un lugar privilegiado para subir al vagón mientras él se agachaba a descubrir su destino.
No terminó de enfocar la mirada. Sintió en el costado unas diminutas manos que lo empujaron para agarrar la moneda antes que él. El piso se desvaneció bajo sus pies, el olor del caucho de las llantas apestó el lugar y las luces lo desorientaron hasta que dudó si caía o levitaba… y ahí, entre los cada vez más lejanos alaridos de horror de los pasajeros y el cercano frente del tren del tren, la fina vocecita de un niño:

-¡Mira, má! ¡Me encontré una monedota de un ángel!

El Cuchipe

José Rosero

Carta a Nicolás Moreno


Nicolás, mi hermano:


Se cumplen ya casi tres meses de tu ausencia física, tres meses que me parecen largos junto a los más de cincuenta años en que tu compañía fue para mí una fuente de afecto y aprendizaje en la vida. Nos encontramos en aquella vieja escuela de La Esmeralda, aún jóvenes los dos, tú ya con una carrera hecha desde tu egreso en la Escuela de Artes  Plásticas de la UNAM, y yo iniciando el camino profesional; compartimos el placer de la enseñanza junto con un rico grupo de amigos, Alberto de la Vega, Héctor Cruz, Alfonso Ayala, el maestro Guillermo Ruiz y tantos otros entre los que yo desentonaba por no ser artista. Tu trayectoria como maestro en esa escuela y en la de Artes y Oficios del INBA y en San Carlos fue siempre, amén de un modo de ganarse la vida, una labor ceñida a tu amor por compartir con otros tu conocimiento y amor por la pintura, el tejido, y otros aspectos de tu expresión personal  del modo en que amabas a la vida, la tierra tuya y su gente.

Nicolás Moreno

Más tarde fui conociendo una de tus muchas virtudes;  la sinceridad de tu amistad, tu disfrute por la música y el canto, ese canto que te acompañaba en las jornadas de pintura en la soledad grandiosa del campo mexicano en que tu voz suave y entonada alegraba el silencio y atenuaba los vientos y calores del día; tu incansable afán y dedicación al trabajo artístico en tu taller, abriendo con el buril los caminos de aquellos paisajes tan tuyos en los que órganos, magueyes y nopales surgían, junto con flores de las nieves y árboles de todo tipo para traer la belleza que en ellos descubría tu gran sensibilidad, y dominio del oficio; vale decir que tus magueyes  fueron los Magueyes de Nicolás Moreno. El llamado árbol de las maravillas fue para ti el compañero constante en tu vida y tu arte, en él encontraste fuente de inspiración y compañía y una de tus máximas expresiones artísticas; en tu casa, esa entrañable casa de amistad y calor humano, aun te extraña el bello y enorme maguey que pareció crecer y embellecerse en función de tus cuidados, tu amor y compañía. Y por sobre todo esto, tu generosidad, una generosidad que te permitía ser el hombre que fuiste, que abarcaba el dar tus conocimientos a aquellos que fueron tus alumnos; dar tu afecto sin cortapisa a quien se acercaba a ti y buscaba tu amistad; compartir tus ratos de alegría en aquellas ocasiones ¿te acuerdas? En que en tu casa, abierta a quien quisiera acompañarte, celebramos tantas veces tu cumpleaños sin mayores pretensiones que compartir contigo el pan y la sal, el vino que nunca rebasaba los límites de una euforia por estar contigo y la música que los diversos grupos de amigos ganados a lo largo de los años tocaban en tu honor, el baile que la edad fue limitando pero que ejecutabas con el mismo amor a lo propio, fuera son huasteco, sones michoacanos, chiapanecos, oaxaqueños etc., con el gusto y la sencillez que demostraba el gozo del momento compartido con verdaderos amigos.


La fuerza y el amor y dedicación al trabajo, a tu trabajo, fue asimismo una parte de tus días y noches. Te recuerdo incansable en el atril con los pinceles en la mano, o empuñando la gurbia para acariciar, que no herir, la superficie del metal, o bien los lápices carboncillos o sanguinas y el papel; en todos los casos el proceso de parto artístico hacía surgir lo mismo una pequeña obra entrañable y modesta que una impactante y grandiosa, reflejo de tu sensibilidad y destreza. Grabados como la serie que del Valle de México realizaste hace ya años, tienen una fuerza telúrica que los separa y distingue de aquellos famosos del maestro Velasco a pesar de ser temas similares, y no desmerecen ante ellos. Tus pinturas de trigales, maizales y otros sembradíos lo mismo muestran luces y colores que van de los ocres y dorados a los verdes y azulosos que impactan por la belleza conceptual y destreza de la mano del autor. . . . 


Tus murales en el Museo Nacional de Antropología, junto con aquellos otros que a la par de los de tu hijo Alejandro efectuaste para la UNAM, entre varios otros, en una especie de paraninfo, hoy desgraciadamente abandonados en una bodega, muestran otra faceta más del gran artista reconocido dentro y fuera del país. Tu modestia y rechazo a la formación de grupúsculos de elogios mutuos, de actitudes cortesanas y de auto-propaganda de cualquier tipo te hizo abandonar el Salón de la Plástica, del cual formaste parte como miembro muy distinguido hasta los años sesentas según recuerdo, y te impidió quizá el arribar a los premios y propaganda que otros artistas con menores méritos disfrutaron. Las distinciones  y premios diversos y numerosos que obtuviste fueron, sin embargo, muchos y logrados solamente con trabajo, dedicación y  capacidad como artista que siguió su propia ruta con una gran honestidad y sensibilidad expresadas en tu obra misma.


Tuve, tengo la suerte, de disfrutar una parte de tu vasta y diversa producción en cuyo origen aparece una vez más la generosidad que tuviste siempre, amén del deseo propio de sentir cerca de mí tu presencia a través de la constante y siempre nueva contemplación de la obra de un hermano. El diario disfrute de tus cuadros y grabados complementa la compañía que de cerca o lejos me brindaste, me brinda todavía tu amistad.

De tus viajes y estancias, cortas o largas en diversas regiones del país, me dejas las vivencias que en nuestras largas pláticas acompañadas de un café sostuvimos; La Tarahumara, pueblos y ciudades de Coahuila, y tantos otros sitios que conociste y plasmaste en tu obra, adquirieron en ellas dimensiones que enriquecieron mi amor por lo nuestro. Sólo una vez tuve la suerte de acompañarte en una de tus salidas a “pueblear”; fue hace dos años, en un corto viaje a poblaciones de Hidalgo, Estado de México y Guanajuato. ¿Recuerdas los prismas básalticos de la llamada Cascada de la Virgen? Ahí recorriste parte del terreno que permite su vista, sin llegar a conocer puntualmente el sitio como una deferencia a mi incapacidad de seguirte el paso por irregularidades que aún podías tú atravesar. La comida en una población en que no conocías más que a alguna familia, en que tu presencia y simpatía innata acerco a personas que quisieron conocer al artista y acabaron cautivadas por el ser humano, y que guardan tu recuerdo y seguro las muchas fotografías que en tu compañía se tomaron. Recuerdos que son para mí imborrables y que acercaron aún más nuestra amistad. 


Llegó la época en que la vida empezó a cobrarte, como a todos, la cuota del tiempo. Seguiste entero y vital como siempre; continuaron las visitas y pláticas entrañables en tu estudio, ciertamente más espaciadas, y tus confidencias de las dificultades de todo tipo, pero especialmente las que te impedían trabajar de sol a sol como era tu gusto y costumbre, empañaban la alegría que siempre te acompañó inquietando la tranquilidad de quienes te queremos. Vino el momento en que tu vida siempre plena te obligó a depender de tratamientos que no te dejaron seguir en tu incansable labor creativa, y aún entonces me decías que te acompañara alguna vez a un nuevo recorrido, lo que llenó mi alma de agradecimiento por esa amistad siempre correspondida.


Vino el fin precedido de una larga y penosa serie de sufrimientos y enfermedades que mermaron al Nicolás de siempre, y todavía en mis visitas despertaba tu ser primordial y la luz de tu alma a través de tu mirada y tu ya difícil plática, hasta que tu ausencia física colmó de dolor a tus seres cercanos. Siento que este periodo previo muestra lo injusto del proceso vital: un hombre, un ser humano como tú debió retirarse entero y de pie, como fue a lo largo de los años, pero sigues viviendo en tu obra, en tus familiares y en los amigos fieles y los conocedoras de tu obra y de tu vida que siempre admiraremos. Nicolás, mi hermano, si es cierto que existe una vida más allá de la que conocemos, seguramente estarás ahora frente a un lienzo, con los pinceles en la mano, a la sombra de un mezquite y cercano a un enorme maguey, con tu tradicional cachucha o un sombrero protegiendo tus ojos del sol, cantando con tu voz dulce y entonada una vieja canción de nuestra querida tierra. Allá te veré.
 
Ramón Bonfil.



 

Ambulante 2012. Un pretexto para asomarse a la utopía


Karina Ruiz Ojeda
 

El género documental es tan viejo como el cine mismo. El cine, como la fotografía, surgió como una simple novedad técnica que sirvió como herramienta de registro. Sin embargo, poco a poco configuró su propio lenguaje, hasta que llegó a ser considerado un arte, tomando prestado, a su vez, de otras disciplinas artísticas. El cine siempre ha contado historias, sean reales o ficticias. ¿Qué es documental y qué es ficción? Creo que los límites son cada vez más difusos. El documental ha dejado de ser un género árido, meramente ilustrativo; se ha convertido en una manera de manifestar un punto de vista sobre lo que pasa a nuestro alrededor.


El cine es un lugar de encuentro. Cada uno de nosotros vive la experiencia cinematográfica de una manera específica, pero al final una diversidad infinita de ojos, cerebros y oídos comulga con un solo fin: ver una película. Partiendo de la idea de que el cine es un espacio de inclusión social, es natural que sea el lugar idóneo para la realización de festivales como espacios de pluralidad.

La proliferación de festivales de cine en México es notoria y creciente. En el país existen cientos de festivales de cine de distintos géneros, la mayoría sólo dedicados a la exhibición, y algunos otros dedicados también a la educación y formación de cineastas. Los más grandes, en cuanto a infraestructura y presupuesto, son el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Hay pocos dedicados exclusivamente al documental.

En Oaxaca, el festival de documentales Ambulante ha tenido una respuesta del público muy favorable. El cineclub El Pochote –espacio de exhibición gratuita de cine fundado por el artista Francisco Toledo, que funcionó de 1993 a 2011– jugó un papel fundamental en la creación de públicos de cine en Oaxaca. Ambulante tiene ya un público cautivo pero es reducido. Considero que debe ser un espacio más diverso e incluyente, extendiendo estas características al consumo del cine en general.

El Pochote


Ambulante 2012: Oaxaca, última parada

En general trato de ir a todos los festivales de cine que puedo. Desde 2007 asisto de manera asidua a Ambulante, y he trabajado en éste como voluntaria. Tener el programa en mis manos, leer las reseñas e ir marcando las que más me interesan, en el horario en el que más me acomodan, es un pequeño placer que procuro no dejar pasar.

Cada año, Ambulante tiene un tema central; en esta séptima edición fue pensar la realidad desde la revisión de imaginarios utópicos, repensar qué tipo de sociedad queremos construir. Este año cerró su recorrido en Oaxaca. A través de las secciones: Dedazo, Pulsos, Observatorio, Dictator’s cut, Injerto, Sonidero, Ambulantito, Enfoque, Arthur Omar: una antología, y la recién incorporada Ambulante 3D, ofreció una selección de 70 películas y un total de 75 funciones, de las cuales 24 fueron en Cinépolis, con costo; y el resto fueron gratis, en espacios públicos y centros culturales.

Como todos los años, traté de ver lo más que pude. Lo más que mis limitaciones de tiempo y dinero me permitieron. Destaco Anna Pavlova vive en Berlín, de Theo Solnik. Introspectiva, un tanto desesperanzadora, de ritmo lento –no apta para personas con poca paciencia–, es una exploración de los sentimientos y sensaciones que se ocultan detrás de una personalidad sin otro objetivo en la vida más que entregarse a la fiesta y al alcohol. The Arbor, de Clio Barnard, sobre las trágicas vidas de la dramaturga inglesa Andrea Dunbar y su familia, es fuerte y desoladora. A caballo entre la ficción y el documental, está construida con algunas escenas de obras escritas por Dunbar, material original de entrevistas y programas de televisión, y testimonios actuados pero basados en hechos reales. 

Anna Pavlova

La violencia actual del país es retratada sin sangre ni balazos en El velador, de Natalia Almada. Un cementerio de narcotraficantes es el escenario en el que nos sitúa la directora para reflexionar de manera silenciosa sobre una de las caras de la guerra absurda que vivimos en México, desde una mirada que pone atención en la gente que trabaja para los narcos: la que cuida su último refugio, la que construye ladrillo a ladrillo sus ostentosos mausoleos en los que son recordados y homenajeados como héroes, formando una ciudadela más grande cada día; la gente que oye, de viva voz y todos los días, los lamentos de un país doliente.

El velador

Es apabullante la visión post apocalíptica de Acción lenta, de Ben Rivers, un falso documental de tipo etnográfico que explora el territorio del planeta Tierra dentro de cientos de años, ya reducido a un conjunto de islas, como resultado de una elevación extrema del nivel del mar. La Tierra es un misterio, sólo quedan ruinas de una civilización que probablemente existió. Las sociedades primitivas –ya sean seres de color verdoso o pequeñas tribus ataviadas de pantalones de mezclilla hechos harapos– comienzan a construir sus propias utopías. El sonido es clave en la construcción de la atmósfera polvosa pero a la vez futurista y misteriosa de la película, confeccionada con fragmentos de audio de películas de ciencia ficción de los años cincuentas.

Dentro de la sección Injerto, Melanie Smith y Rafael Ortega presentaron distintos cortometrajes que realizaron en conjunto, que habían sido exhibidos solamente en un contexto museográfico. En una de las funciones en el Teatro Juárez, Ortega comentó que es interesante presentar los cortos en una sala de cine, como un experimento de recontextualización de estas imágenes en movimiento, que exploran las nociones de espacio y las relaciones dinámicas que lo componen. Por otro lado, el realizador estadounidense Ben Russel hizo una presentación-performance en el mismo teatro, enfatizando el papel que tiene la lucha contra la invisibilidad en su trabajo.

Disfruté mucho LCD Soundsystem: cállate y toca los éxitos (Will Lovelace y Dylan Southern), el último concierto que dio esta agrupación antes de desintegrarse. Confieso que en un momento me sentí parte del público encendido con el ritmo electrizante de James Murphy y compañía en el Madison Square Garden.

LCD Soundsystem

Sin duda, entre mis favoritas están las que se proyectaron en 3D: La cueva de los sueños olvidados y Pina. En la primera, la magnífica narración audiovisual de Werner Herzog, te convierte en uno los pocos privilegiados en conocer los interiores de las Cuevas Chauvet, en Francia, que alberga arte rupestre de hace más de 20 mil años. Me sentí partícipe de la maravilla que ha resultado de la colaboración entre la naturaleza y la cultura; a pesar del constante cambio del planeta, se ha formado una especie de cápsula del tiempo con restos de seres remotos, formaciones rocosas alucinantes y pinturas que parecen recién elaboradas. Suscita reflexiones acerca del origen y significado del arte, de nuestra necesidad de comunicar nuestra visión del mundo y dejar huella.

La cueva de los sueño olvidados

Wim Wenders regresa al género con un documental sobre Pina Bausch, figura fundamental de la danza contemporánea fallecida en 2009. El eslogan de la película, “Baila, baila, de otra forma estamos perdidos”, resume el legado de Bausch. Bailarines de varias partes del mundo que integran su compañía de danza dan testimonio oral y corporal de lo que Pina dejó en ellos y a su vez rinden tributo a la maestra ejecutando las piezas de su autoría. Cabe mencionar que el 3D realza el movimiento de la danza en todo momento; no así en La cueva de los sueños olvidados, en la que, desde mi punto de vista, en algunas partes el 3D fue un distractor, en lugar de proporcionar una sensación de mayor cercanía. Ambas son verdaderas experiencias audiovisuales que vale la pena repetir.

Pina

Wim Wenders

Desafortunadamente me perdí Araya, joya cinematográfica de 1959, de producción franco venezolana, realizada por Margot Benacerraf. Tan sólo en el tráiler pude darme una idea de la belleza monocromática de este documental,  que retrata la jornada diaria de los habitantes de Araya (Venezuela), pueblo que basa su subsistencia en el mar. También lamento haberme perdido los documentales latinoamericanos Isla de las flores, de Jorge Furtado, y Lebenswelt, de Elías Brossoise, entre otros.

Araya


 Perspectivas a futuro: combatir la indiferencia e incentivar la reflexión

El festival está planteado como un lugar de encuentro. Sin embargo, hay poca participación del público en las charlas con los autores que se realizan al término de algunas funciones. Casi nadie hace preguntas ni comentarios. En más de una ocasión el moderador de la charla tuvo que dialogar solo con el cineasta porque el público no se atrevía a hablar. Nos hace falta es tener una interacción activa no sólo con el cine, sino con otras manifestaciones artísticas, no solamente recibir los contenidos pasivamente. Irónicamente, los asistentes participan muy activamente entre ellos: mucha gente va al cine a platicar con el de al lado o a atender su celular. Varias veces tuve que pedirle a algunos espectadores que bajaran la voz, pues no me dejaban escuchar la película. En este sentido hace falta una cultura de respeto en las salas de cine.

Es loable el esfuerzo de presentar de manera gratuita una selección de documentales en espacios públicos, pero en algunos casos los mejores documentales que ofrece la programación siguen siendo acotados a Cinépolis. Esto es comprensible, ya que el festival debe captar recursos para seguir funcionando. Pero, si bien las entradas son un poco más baratas que las normales, el precio no es accesible para mucha gente, podrían reducir un poco más el precio y de esta forma tal vez atraer más público. La asistencia a estas funciones es baja, excepto en las películas 3D. Respecto a esta modalidad, creo que es un acierto, pues es un plus muy atractivo para la gente que paga más a cambio de una experiencia diferente. Y en algunas películas es elemento clave para apreciarlas. Por ejemplo, los boletos para Pina se agotaron días antes de la función.

Sin embargo, observo que cada año hay más afluencia y eso me da mucho gusto. Es innegable la influencia que El Pochote Cineclub ejerció en la proliferación de cineclubes que actualmente hay en la ciudad, y en la creación de la cinefilia local. No es casualidad que Oaxaca sea la ciudad en donde Ambulante tiene más respuesta del público.

 
El Pochote

Ambulante es un festival que está muy dirigido al público joven, con jóvenes trabajando en sus filas. No sería posible sin los múltiples patrocinadores que suma año tras año, tampoco sin el apoyo de los cientos de chicos que cada año ofrecen su trabajo voluntario. Ambulante ha logrado consolidarse como un festival atractivo tanto para los anunciantes, que encuentran en él un espacio prestigioso en el cual posicionarse, como para los jóvenes, quienes lo perciben como un espacio abierto, fresco y diverso.

La utopía es que esta apertura a la diversidad sea considerada todo el año, que sea una realidad cotidiana y no sólo por temporadas, no sólo en los festivales. Es necesario que exijamos un cine más diverso, más ventanas al mundo, para que poco a poco aminoremos la dominación que tienen Hollywood y Estados Unidos sobre las salas de cine, no sólo del país, sino del mundo:

“Se multiplican los espacios de exhibición pero no la diversidad de ventanas al mundo y a nuestra propia realidad. No deja de ser paradójico: el cine es por esencia universal. Gracias a él, el espectador se ha vinculado a países y culturas lejanas, por lo que se reconoce que si algo preparó el terreno a la globalización fue justamente el cine (Vives, 2002). Sin embargo, esta cualidad universal se ve amenazada en la actualidad por las tendencias homogeneizadoras impulsadas por las fuerzas dominantes dentro de la globalización: la avalancha de películas hollywoodenses viene ahogando las posibilidades de las diversas producciones nacionales –en casi todo el mundo– de competir incluso en sus propios territorios”.[1]

En este panorama utópico, el cine sería un espacio multicultural, de inclusión social, que combatiera la indiferencia e incentivara la reflexión.


[1] Ana Rosas Mantecón, “Las batallas por la diversidad: exhibición y públicos de cine en México” en El consumo cultural en América Latina. Segunda edición. Guillermo Sunkel (Coord.) Bogotá, 2006, Convenio Andrés Bello.

jueves, 3 de mayo de 2012

Vigilia Bit


DOS O TRES FRASES DE GOMBROWICZ ACERCA DE LOS POETAS

César Cortés Vega


Mientras comíamos, dije que me gustaba cierta poesía, no los poetas, y mis acompañantes asintieron más rápidamente de lo que imaginé. Yo, horas antes me había tirado sobre la polvosa acera de la Glorieta de Insurgentes, enfundado en un traje blanco, en una acción-registro que formaba parte de varias intervenciones en el espacio público relacionadas con la huelga general. Y eso no había tenido nada que ver con la poesía –o sí, levemente acaso– pues se trataba de un proyecto para un museo de arte contemporáneo en el que participaba con una pieza vinculada a la noción de pereza refinada que desarrolló el ex situacionista Raoul Vaneigem. Lo que sencillamente hacía aquella vez era tirarme a descansar en la acera mientras leía el ensayo del filósofo a gritos frente a una buena cantidad de transeúntes flemáticos, y uno que otro más o menos interesado. Sin embargo, uno de los asistentes –amigo querido y culto, aparte de un poco atolondrado– imaginó que lo que yo leía era un poema. Luego supuso que además me revolcaba –y no improducía trabajo– por lo cual bromeó entonces nombrándome un “poeta arrastrado”. Yo no hice otra cosa sino reírme, porque en realidad había algo de esa mala leche no obsequiosa que yo comparto frente a la idea de la poesía. Por supuesto el comentario pasaba por alto la ruptura de los campos, es decir, el espacio político que está en juego en el momento de realizar operaciones de disolución desde el campo vecino. La crítica implícita que se puede ejercer desde una estrategia de no veneración de las disciplinas. Sin embargo, es cierto: la figura del poeta se ha desvirtuado en muchos casos y el mero nombramiento convoca una serie de imaginaciones espectrales que pasan de la grandilocuencia a la ridiculez en cosa de segundos.

 El banquete. Witold Gombrowicz.

Por eso regreso ahora a ideas más elaboradas del escritor polaco Witold Gombrowicz. Particularmente a un fragmento de sus Diarios[i] llamado “Contra los poetas”. Gombrowicz, un escritor que gracias a su franqueza dista mucho de ser considerado tan sólo como un maldito de la literatura, poseía una desaprensión crítica incitada por sus primeros años de marginalidad, que le hacían no pactar con las ideas más comunes de acomodo y silenciamiento en las estratagemas relacionales para ganar prestigio literario. Sus textos son portadores de una sinceridad que a veces es cauce para la dureza crítica desde una declaración manifiesta de diletantismo. Maniobra perfecta para poder decir desde la voz del otro. Del que no se asume del todo dentro del espacio del campo. Acorde a esto, una de sus frases conocidas es, justamente: yo soy el self-made-man de la literatura.

 Witold Gombrowicz

En principio pareciera que Gombrowicz arremete en contra de los poetas como un juego. Nombra, si bien no superficialmente, al menos colando argumentos que parecerían provocados por una furia que apenas toma vuelo. Se parece mucho al berrinche de un adolescente –lo cual él mismo reconoce. Un balbuceante que, sin embargo, tiene la fuerza para sostener sus consideraciones. Es decir, de emprender el camino que se sabe de antemano lleno de fuego cruzado. Porque de inicio el autor incita a la confusión al declarar que, de hecho, cuando la poesía aparece mezclada con elementos más “crudos y prosaicos”, entonces él se estremece como todo ser humano. El momento de inflexión aparece cuando, en el intento de pureza del lenguaje, el poeta es artífice de una oficiosidad carente de sentido que apenas es perceptible, incluso, por los seguidores más fervientes:

Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.

Por supuesto Gombrowicz escribe esto en un momento en el que la poesía rimada todavía cuenta con la aprobación de las tendencias academicistas que, a la par, fundamentan muchos de los discursos de los estados centralistas. Por eso parecería relativamente fácil elaborar un argumento en contra de la construcción de sentido que se fija obsesivamente en cuadrar forma con contenido, en una época en la que el mundo requiere de nuevas maneras de plantear los problemas del lenguaje y su uso. Hay que apuntar que todo el contenido de los Diarios está hecho con notas que fueron publicadas en la revista francesa Kultura, dedicada a dar voz a los emigrados polacos en el mundo, en la cual Gombrowicz colaboró desde 1952 hasta 1969. Los primeros textos los escribió desde Buenos Aires, lugar en el cual vivió más de veinte años. Su tono, acorde con un estilo que se verifica en sus obras en prosa, privilegia un estado de indefinición, una condición inmadura que apuesta por la maleabilidad desde la cual es todavía posible espetar en contra de las conformaciones de poder paternalista sin el riesgo de formar parte de sus entramados.

Witold Gombrowicz

Si bien las peroratas vertidas en los Diarios pueden leerse como boutades, provocaciones salidas de tono –muy parecidas al llamado trolleo contemporáneo– eso no quiere decir que no sea posible sugerir lecturas complejas de un problema. Más allá de la revisión histórica, Gombrowicz da con una clave que no es del todo común en los discursos sobre el lenguaje poético, y que aún posee eficacia; el observar el campo de la literatura desde afuera:

… todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites está basado sobre un convenio de mutua discreción: cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondría en evidencia una realidad tan distinta de todo lo que nos imaginamos, y tan sarcástica, que nos sentiríamos sumamente molestos. El que deja por un momento las conversaciones del juego artístico, enseguida tropieza con un enorme montón de ficciones y falsificaciones, cual un escolástico escapado de los principios aristotélicos.


La fantasmagoría del artista se hace más evidente, en tanto su lenguaje se complejiza, se hace distante. Porque el poeta tampoco es capaz de trascender lo mundano, lo cual Gombrowicz nombra como la “forma natural”, que derivaría en la prosa. Según él, esta prosa es capaz de referirse más cabalmente a una condición en movimiento perpetuo que representa las contradicciones del hombre común, alejado de esteticismos poco comprensibles. El poeta puede muy bien estar condenado a repetirse en la depuración, pues restringe su rango de acción a los herederos de dicha manera de concebir el lenguaje: los mismos poetas. Relación endogámica que si bien avanza en línea recta hacia el perfeccionamiento y la depuración, aísla cada vez más al poeta de su entorno:

Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria -yo, con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.


Y es extraño que sea ahí donde el discurso de Gombrowicz se precariza, pues quizá buscando un acomodo dentro del campo literario, no puede –o no quiere– observar frente a sí el desarrollo argumentativo de una afirmación como tal: montañas de gloria, dice, desde lo cual podría hacer más preguntas e intentar responderlas. ¿De qué está hecha una cosa semejante? ¿Gloria frente a quién? ¿Frente a los mismos poetas? ¿Ahí acaba todo? Si tan sólo se tratara de una concepción de los poetas que genera discursos que legitiman el estado de cosas vigente o lo cuestionan, entonces se podría hacer público el señalamiento de una traición específica. Sin embargo, esta sensación de magnificencia estéril que él atribuye a los poetas, puede tener su punto de inflexión en la representación que se hace de todos los artistas en general, quienes, si bien renuncian en su búsqueda al mundo burgués, negocian privilegios y espacios con los poderosos en turno. Ese es el territorio de intersección del que habla Pierre Bourdieu entre poder económico y poder cultural.

Gombrowicz está colocando a la poesía, enfrentada veladamente a la prosa, según la conciencia de un contexto en el cual se podría prescindir de un lenguaje florido a favor de una democratización de la palabra. Sin embargo, si no lo dice, lo presiente: son muchos poetas pero no sólo ellos los legitimadores de una retórica especular que si bien puede verterse en la publicación de unos cientos de versos que redefinan por caminos distintos la relación entre significado y significante, también han prestado sus metáforas y su retórica en momentos específicos en la historia, con las cuales se pospone la realización del acto a cambio de su renombramiento múltiple y formal, que desarticula el presente en una espera extasiada.

 Octavio Paz y Carlos Salinas de Gortari

Por supuesto, Gombrowicz está dirigiendo su diatriba a un meticuloso formalista imaginario, y es muy probable que lo suyo, como en el caso de muchos de sus otros escritos, sea una performance radical, más que algo que tenga la intención de justificar con pelos y señales. Mucha de la poesía que se escribía en esa época, intentaba plantear nuevas soluciones a ese mismo problema de antaño. Y ninguna tenía que ver con la rima, idea que Gombrowicz de afana en despreciar. Nada nuevo tampoco para escritores surgidos de las vanguardias históricas. Y sin embargo lo que dice causa aún escozor, porque pone el dedo en la yaga: si el creador desatiende su relación con el contexto, puede muy bien cometer esos excesos que no sólo le ensalzan como una especie de divinidad mundana: cosa en realidad bastante superficial, si se le compara con la posibilidad de que, en esa apoteosis de la personalidad, ocupe un espacio al lado de discursos que aparentemente pretende negar. Es ahí en donde el polémico texto puede sugerir nuevas lecturas:

(…) téngase en cuenta que yo no aconsejo a nadie prescindir de la perfección ya alcanzada, sino que considero que esta perfección, este aristocrático hermetismo del arte deben ser compensados de algún modo y que, por ejemplo, cuanto más el artista es refinado, tanto más debe tomar en cuenta a los hombres menos refinados y cuanto más es idealista tanto más debe ser realista.




[i] Diario (1953-1969). Witold Gombrowicz, Seix Barral. Barcelona, 2005.

Chichicastenango, la tierra de los huipiles


Ainhoa Vásquez Mejías

Recorrí Chichicastenango como las páginas de un libro. Caminé sus calles, sentí frío, me tomé una cerveza, jugué con unos gatos y me reí de las guacamayas del hotel Santo Tomás... pensé en que las cosas reales siempre son las más fantásticas, las más lejanas a la imaginación concreta. Y es que creo que nunca sospeché que lugares como Chichicastenango pudieran materializarse, sino que sólo existían en la imaginación de los escritores indigenistas. Me era imposible visualizar una comunidad decidida a perpetuar su idioma maya-quiché, resistiéndose a leer y escribir en la lengua de los conquistadores, obcecados en mantener su cultura y tradición a pesar del tiempo. 


Y es que este poblado maya, ubicado a 140 kilómetros al noroeste de Guatemala, parece haberse cristalizado en una época precolombina: casi no tienen luz eléctrica, por lo que es escaso encontrar aparatos como televisión o radio, mucho menos internet; de sus calles no pavimentadas brota un polvo ancestral; los restaurantes abren apenas un par de horas en la mañana, sólo los días jueves y domingos en que llegan artesanos de todos los alrededores y el pueblo bulle de turistas que se han trasladado kilómetros para ver la fiesta de colores de la feria artesanal. Entre ellos jamás se hablan en español y sus habitantes no han renunciado a vestirse con sus trajes indígenas: las mujeres resaltan a la vista de todos, con sus faldas tradicionales denominadas corte y sus huipiles, telas bordadas a mano que destacan por sus coloridos.

Por supuesto, parece extraño que un pueblo con estas características persista en el tiempo sin verse alterado profundamente con el advenimiento de la modernidad y las nuevas tecnologías. Tampoco es un dato menor que los mayas sean la comunidad aborigen con mayor número de habitantes en el mundo y quizás, también los más arraigados a sus antiguas costumbres. Ellos parecen haber descubierto que la única manera de subsistir es enfrentarse a la actualidad sin olvidar nunca sus orígenes. Transformarse sin perderse. Tomar las herramientas de lo nuevo para convertir lo viejo. Eso es, al menos, lo que sucede con la comunidad de Chichicastenango, cuya máxima representación es el huipil, una vestimenta que proviene de sus antepasados y que hoy ha entrado en la artesanía de reciclaje. 


Juana, una sacerdotisa maya, me habló de la importancia del tejido y el diseño que cada grupo étnico impregna en sus huipiles, ya que no es considerada sólo una prenda de vestir, sino también un símbolo de pertenencia que las conecta con sus raíces primigenias. Una mujer dedicada ocho horas diarias a su confección, se demoraría aproximadamente dos meses en terminarlo. Antiguamente, incluso, cuando una joven se comprometía en matrimonio, tanto las mujeres de su familia como las de la familia del novio, se unían para bordarle con seda blanca el huipil que vestiría ese día, así, a través de sus manos, establecían un lazo en el acto de tejer y que se materializaba, finalmente, en el producto artesanal. La tarea duraba más de cuatro meses de dedicación exclusiva. 

       Sacando cuentas, un huipil simple que estuviera a la venta costaría más de mil quinientos dólares, si también en el comercio se considerara la mano de obra, no obstante, todos sabemos que existen muy pocas personas dispuestas a pagar lo que realmente vale este trabajo. Por esto, no es raro encontrar los huipiles que ya han sido usados y aquellos en que el paso del tiempo se ha impregnado, amontonados en tiendas de toda Guatemala, a un precio excesivamente bajo para el trabajo que representan. Ante la posibilidad de que quede finalmente en la basura el esfuerzo y el cariño que se ha puesto en el bordado, resulta mejor venderlos a extranjeros que los usarán para adornar las paredes de sus casas.


Frente al costo simbólico que este trabajo representa, cada día quedan menos compradores y menos artesanos dispuestos a dejar su vida en este arte. Los compradores, turistas gringos en su mayoría, se desviven pidiendo precios aún más bajos a los artesanos que recorren Guatemala. Probablemente utilizan el huipil una o dos veces, instaurando la moda del arte indígena entre sus amigos, para terminar colgando el huipil en sus casas que, al menos cumplen su cometido de alegrar con sus colores los muros blancos. Por su parte, los mayas guatemaltecos tampoco están dispuestos a invertir tanto tiempo en la confección de nuevos huipiles, por lo que se conforman con recolectar y vender aquellos que ya nadie utiliza y que fueron fabricados muchos años atrás. Al menos esto es lo que sucede en gran parte de Guatemala de la que Chichicastenango cada vez más se constituye una excepción.

Conocí a Antonio en Chile, en la Feria de Artesanía que organiza la Universidad Católica. Fue por él que escuché por primera vez hablar de los huipiles y su significado para su cultura maya. Años después fui a verlo a su tierra, Chichicastenango, donde retomamos la conversación iniciada algunos años antes y me contó acerca de su afán por preservar este arte que teme se pierda para siempre. De inmediato decidió hacerme un recorrido por su taller, el lugar donde se produce la magia y se mantiene viva la tradición.



Antonio entendió las dificultades que representa continuar con la confección de los huipiles, sin embargo, de forma visionaria, ideó una manera de conservarlos a través del reciclaje.   Así, un día descubrió que los antiguos huipiles podían desprenderse de su función de prenda de vestir y ser expuestos a un proceso de corte para ser utilizados como parches o aplicaciones en chaquetas, bolsos, cojines, estuches, cubrecamas... Antonio recoge los huipiles, incluso aquellos que parecieran haber cumplido a cabalidad su tiempo de vida útil, pacientemente los lava, los deja secar al sol, a muchos de ellos lo tiñe otra vez para recuperar el color primigenio que los caracteriza, posteriormente los corta y produce un nuevo objeto sin perder la tradición de sus antepasados.


De esta forma, los mayas de Chichicastenango, cuyo ejemplo puede ser Antonio – aunque de seguro existen muchos artesanos más dedicados a esta tarea – no han perdido el color que los caracteriza, y más aún, han logrado reunir en una sola prenda el origen, sus ritos, sus mitos y la actualidad. La transformación de un objeto que, a la vez, permite la preservación de la cultura, la identidad de esta etnia. Chichicastenango es, gracias a sus huipiles y al arte del reciclaje que los convierte en algo nuevo, un pueblo que se constituye un portal entre el ayer y el hoy, el pasado y el futuro, lo indígena y lo occidental: una muestra de las tradiciones de nuestra América Latina que, a pesar del tiempo y las circunstancias, se niegan a morir.